1985
Sentado, con los pies en la tierra, espera sin impaciencia, deseoso y con la seguridad de que esto acabará.
Su persona se observa desde un plano inferior, los que la vemos sentimos su superioridad. Nuestra tierra está hundida y desde ella aparece imperturbable, en concentración.
Sus manos se aferran a los pinceles, su verdadero y medio real para manifestar su pensamiento inalterado, su sentir, a pesar de estar atenazado por la pesada cadena del inmovilismo.
Han cubierto sus ojos, su voz y manos están limitadas para manifestarse libremente, un candado lo asegura, cerrado por mano ajena que aún no pudo abrir.
A pesar de todo, su paleta, que es portadora de todos los colores con los que su obra habla, ha mantenido siempre el espacio abierto a esa verdadera libertad que todos consideraron como estandarte de una nueva y codiciada aventura, de altos vuelos, que algunos dejaron perecer.
La suya sí vuela y sí se traslada, mensajera de la verdad.
No se ha dejado engañar por la vida acomodada, no ha perdido su esperanza en que la gran mayoría reconozca esa llamada y la haga propia.
MONCHOLC, hasta hoy. Pág. 92.
Dra. Abad