1996-2005
Amenaza tormenta, en un escenario de oscuros nubarrones donde una ciénaga queda bien delimitada hasta el horizonte por dos sogas.
En equilibrio medido al milímetro quedan suspendidos, como si de una marioneta se tratara, un carro, bagaje bananero de un ogro bravucón y pendenciero, tirado por una gaviota, inquieta ante el acecho de esos reductos minoritarios que hoy dominan.
Una mano, miembro amputado de un ser inexistente, controla sus hilos mientras sufrimos, como observadores, la agresión del que no desea ser reconocido.
Hacer el juego a los urdidores y mercenarios suele ser motivo de perecer.
Dra. Abad